Rosa sale con su madre del ambulatorio. Treinta y cinco grados a la sombra y la abuela se empeña en ir por la solana.
-¡Pero mamá! ¿No has oído al médico? Sol, lo justo... ¡que te me vas a deshidratar!
La abuela, nada, como si fuera sorda. Sigue caminando al sol y, por lo que parece, con un objetivo concreto; hace amago de ir a cruzar la calle.
-¡Pero mamá! ¿Qué haces? -la sujeta del brazo justo a tiempo-¡Que te va a pillar un coche!
Pero la abuela sigue mirando fijamente al chico que cruza la calle hacia ella. Cuando éste llega a su posición, le mira un momento a los ojos y, ante el amago del chaval de seguir su camino, le agarra de la camiseta, con la vista fija en ella.
-¡Pero mamá! ¿Qué haces? -el chico mira a Rosa, incrédulo-Perdona, por favor. ¡Mamá, vámonos!
La paz reina en casa de los Silvestre hasta que vuelven los niños de la playa, la piscina y la casa de una amiga a la que Laura ha ido a pasar unos días.
-¡Sara! -viniendo de Marcos, ese grito no augura nada bueno-¡Te he dicho que no me toques el ordenador! ¡Me lo has desconfigurado todo!
-¡Que yo no he sido!
-Ah, bueno, pues habrá sido Leopoldo entonces... -se burla de su hermana-¿Quién va a ser si no?
Rosa aparece por allí, después de escuchar la bronca desde la otra punta del piso.
-La abuela ha estado usando tu ordenador esta tarde -dice, casi susurrando.
-¿La abuela? -pausa de incredulidad de Marcos- Y ¿qué hace la abuela con un ordenador?
-Que hoy ha oído, en el ambulatorio, a una señora contar que estaba aprendiendo Internet donde los viejos, y le habrá entrado curiosidad... ¡yo que sé! Ya sabes cómo es tu abuela.
-¡Pues dile que se apunte a clases! Ahora voy a tener que configurarlo otra vez; no sé lo que habrá hecho, habrá empezado a tocar botones a lo tonto... ¡total para nada, si no sabe usarlo!
La abuela sale de su habitación y, en su camino hacia la cocina, los mira de esa manera que sólo ella sabe mirar. A Marcos le dedica una de sus miradas especiales, entrecerrando los ojillos, una de ésas que te amenazan a la vez que te hacen sentir culpable... Poco después vuelve a su habitación con un vaso de agua. Repite la operación amedrentamiento; por suerte, sus ochenta años limitan en gran medida sus opciones de venganza.
Cuando Rosa llega, al día siguiente, de trabajar, todo lo que encuentra de la abuela es una nota en la nevera: "HORNO". La abuela ha dejado la comida preparada; ¿lasaña? Si la abuela no ha cocinado lasaña en su vida. Habrá que hacerle algo aparte a Laura que, desde que se niega a comer cosas con ojos, la carne ni la prueba, al revés que Sara, que lo que no come es verdura. Tan iguales por fuera y tan distintas por dentro; parece mentira. Y, a todo esto, ¿dónde está la abuela?
-Oye, Manu -Rosa ha bajado al bar y pregunta a su marido, mientras éste prepara un café detrás de la barra-¿Has visto a mi madre?
-No. ¿Por?
-No está en casa.
-Estará haciendo un recado.
-¿Un recado? ¿Mi madre? -Manuel asiente ante su propia ingenuidad-Además, Leo no está y ha dejado la comida hecha.
-¡Uy! Si Leo no está, la cosa va para largo. ¿No habrá ido a ver a tu hermana?
Rosa llama inmediatamente a su hermana. Después de preocuparla también a ella y a toda su familia, cuelga. Nada. Llaman también a la tía Dora, la hermana de la abuela; tampoco.
Gabinete de crisis. Todos a comer a casa inmediatamente. Hay que organizarse para buscar a la abuela. Rosa deja la bandeja de lasaña sobre la mesa del comedor.
-¿Lasaña? -protesta Laura-¡Tiene carne!
Sara se ríe de su hermana como una cría de primaria.
-A ti te he hecho una ensalada -Laura se queda más conforme.
Sirven la primera ración y a Sara se le abre la boca hasta los pies.
-¡Lleva verdura!
Laura le devuelve la burla anterior mientras Marcos se mete el primer bocado en la boca, sonriéndose por dentro; la abuela ha cumplido su amenaza y han recibido todos menos él. Lo que no sabe la mujer es que él no le hace ascos ni a la carne ni a la verdura. Después de tragar el primer trozo empieza a notar un regustillo familiar...
-¡Lleva pimienta! -Sale corriendo hacia el baño y vuelve cabreado como una mona y con la cara llena de sarpullidos-¡Mamá! ¡Le ha echado pimienta! ¡Lo ha hecho a posta!
Rosa suspira. Si en vez de ser su madre, la abuela fuera su suegra, no estaba muy segura de poder aguantarla.
-Bueno, Marcos. Ya se te pasará; no es nada grave. A ver, tú coge el coche y búscala por el barrio. Vosotras buscadla también, andando. Yo me quedo aquí por si vuelve o llaman.
Laura y Sara hacen la ronda hasta llegar al parque, donde se encuentran con algunos amigos de Sara.
-¡Hombre! Si son Silvestre y Hermosilla... -Juanan no pierde oportunidad para meterse con Laura. Sara intenta disimular su sonrisa para no hacer enfadar más a su hermana.
-Aunque reconozco que, desde que te cortaste aquella rasta piojosa, estás mucho mejor...
-No le hagas caso -interrumpe Waldo-. Te ves muy linda.
Waldo lleva detrás de Laura desde que se conocieron. Aunque él no tiene ninguna posibilidad, es el único de los amigos de su hermana a los que Laura soporta, e incluso le cae bien; le inspira ternura.
-¿Habéis visto a mi abuela? -pregunta finalmente Laura, pasando de Juanan.
-Sí -responde Waldo-. La vi esta mañana en la parada del autobús.
-¿En la parada del autobús? -preguntan Laura y Sara al mismo tiempo -¡Si no lo ha cogido sola en la vida!
Vuelven corriendo a casa.
-¿En la parada del autobús? -su madre tiene la misma reacción-¡Si no lo ha cogido sola en la vida!
Rosa duda un momento. Consulta la guía. Coge el teléfono y llama a TMB para asegurarse de que no han encontrado a ninguna abuela de las características de la nuestra. No hay suerte. Suena el teléfono. Rosa se apresura a cogerlo.
-¿Sí?... ¿Al centro?... ¿Camisetas?... ¿No está?... Vale, te esperamos.
Cuelga.
-Era Juanito. La abuela había quedado con él esta mañana en la parada del autobús para que la recogiera con el taxi. Dice que le ha dicho que la llevara, literalmente, a una tienda de camisetas modernas con letras. Él la ha llevado a una del centro y la ha dejado allí. Habían quedado allí mismo hace una hora, pero la abuela aún no ha aparecido.
-¿Camisetas? -pregunta Sara.
En ese momento entra Marcos por la puerta.
-Yo nada, ¿y vosotras?
-La abuela se ha ido a comprar camisetas -Marcos abre los ojos como platos.
-¡Y yo echándole la culpa por tocarme el ordenador! -todas lo miran, sin entender nada-. La abuela sabía que yo te iba a pedir una camiseta para mi cumpleaños... ¡ahora, por mi culpa se ha perdido!
Marcos pasa la tarde torturado a partes iguales por el sentimiento de culpa y por el picor de los sarpullidos, que le durará un buen rato todavía. A las ocho y media reciben una llamada. Rosa descuelga al segundo tono.
-¿Sí?
-¿Es usted Rosa Hermosilla?
-Sí, ¿quién es usted?
-Le parecerá bonito abandonar así a una persona mayor -Rosa no da crédito.
-¿Qué?
-Que lleva su madre aquí toda la tarde, sin nada más que una botella de agua, que le he dado un bocadillo y todo, de la pena que me ha dado. Cuando he ido a cerrar me ha dicho que ella no podía irse, que su familia tenía que haber venido a buscarla a las cuatro y aún no habían venido a recogerla y ella sola no sabía volver a casa. Ha insistido en quedarse hasta que acabara de recoger porque otras veces ya lo habían hecho y, al final, habían aparecido.
-¿Cómo? -Rosa coge aire-Sepa usted que mi madre se ha ido sin avisar esta mañana y que llevamos todo el día buscándola como locos por todas partes. ¡Haga el favor de meterla en un taxi y enviarla a la dirección de su DNI! Muchas gracias.
Bajan todos a esperar el taxi al portal. Cuando llega, Rosa le echa una bronca considerable. La abuela, por toda respuesta sonríe de medio lado al mirar a Marcos, mientras se desabotona la chaqueta. Al acabar la abre de par en par y deja ver a todos lo que lleva debajo; una camiseta negra con la silueta de Fernando Fernán Gómez, el ídolo de la abuela, de su boca sale un claro "¡A la mierda!".
Con su sonrisa a cuestas, la abuela se da la vuelta y se mete en el portal.
-¡Pero mamá! ¿No has oído al médico? Sol, lo justo... ¡que te me vas a deshidratar!
La abuela, nada, como si fuera sorda. Sigue caminando al sol y, por lo que parece, con un objetivo concreto; hace amago de ir a cruzar la calle.
-¡Pero mamá! ¿Qué haces? -la sujeta del brazo justo a tiempo-¡Que te va a pillar un coche!
Pero la abuela sigue mirando fijamente al chico que cruza la calle hacia ella. Cuando éste llega a su posición, le mira un momento a los ojos y, ante el amago del chaval de seguir su camino, le agarra de la camiseta, con la vista fija en ella.
-¡Pero mamá! ¿Qué haces? -el chico mira a Rosa, incrédulo-Perdona, por favor. ¡Mamá, vámonos!
La paz reina en casa de los Silvestre hasta que vuelven los niños de la playa, la piscina y la casa de una amiga a la que Laura ha ido a pasar unos días.
-¡Sara! -viniendo de Marcos, ese grito no augura nada bueno-¡Te he dicho que no me toques el ordenador! ¡Me lo has desconfigurado todo!
-¡Que yo no he sido!
-Ah, bueno, pues habrá sido Leopoldo entonces... -se burla de su hermana-¿Quién va a ser si no?
Rosa aparece por allí, después de escuchar la bronca desde la otra punta del piso.
-La abuela ha estado usando tu ordenador esta tarde -dice, casi susurrando.
-¿La abuela? -pausa de incredulidad de Marcos- Y ¿qué hace la abuela con un ordenador?
-Que hoy ha oído, en el ambulatorio, a una señora contar que estaba aprendiendo Internet donde los viejos, y le habrá entrado curiosidad... ¡yo que sé! Ya sabes cómo es tu abuela.
-¡Pues dile que se apunte a clases! Ahora voy a tener que configurarlo otra vez; no sé lo que habrá hecho, habrá empezado a tocar botones a lo tonto... ¡total para nada, si no sabe usarlo!
La abuela sale de su habitación y, en su camino hacia la cocina, los mira de esa manera que sólo ella sabe mirar. A Marcos le dedica una de sus miradas especiales, entrecerrando los ojillos, una de ésas que te amenazan a la vez que te hacen sentir culpable... Poco después vuelve a su habitación con un vaso de agua. Repite la operación amedrentamiento; por suerte, sus ochenta años limitan en gran medida sus opciones de venganza.
Cuando Rosa llega, al día siguiente, de trabajar, todo lo que encuentra de la abuela es una nota en la nevera: "HORNO". La abuela ha dejado la comida preparada; ¿lasaña? Si la abuela no ha cocinado lasaña en su vida. Habrá que hacerle algo aparte a Laura que, desde que se niega a comer cosas con ojos, la carne ni la prueba, al revés que Sara, que lo que no come es verdura. Tan iguales por fuera y tan distintas por dentro; parece mentira. Y, a todo esto, ¿dónde está la abuela?
-Oye, Manu -Rosa ha bajado al bar y pregunta a su marido, mientras éste prepara un café detrás de la barra-¿Has visto a mi madre?
-No. ¿Por?
-No está en casa.
-Estará haciendo un recado.
-¿Un recado? ¿Mi madre? -Manuel asiente ante su propia ingenuidad-Además, Leo no está y ha dejado la comida hecha.
-¡Uy! Si Leo no está, la cosa va para largo. ¿No habrá ido a ver a tu hermana?
Rosa llama inmediatamente a su hermana. Después de preocuparla también a ella y a toda su familia, cuelga. Nada. Llaman también a la tía Dora, la hermana de la abuela; tampoco.
Gabinete de crisis. Todos a comer a casa inmediatamente. Hay que organizarse para buscar a la abuela. Rosa deja la bandeja de lasaña sobre la mesa del comedor.
-¿Lasaña? -protesta Laura-¡Tiene carne!
Sara se ríe de su hermana como una cría de primaria.
-A ti te he hecho una ensalada -Laura se queda más conforme.
Sirven la primera ración y a Sara se le abre la boca hasta los pies.
-¡Lleva verdura!
Laura le devuelve la burla anterior mientras Marcos se mete el primer bocado en la boca, sonriéndose por dentro; la abuela ha cumplido su amenaza y han recibido todos menos él. Lo que no sabe la mujer es que él no le hace ascos ni a la carne ni a la verdura. Después de tragar el primer trozo empieza a notar un regustillo familiar...
-¡Lleva pimienta! -Sale corriendo hacia el baño y vuelve cabreado como una mona y con la cara llena de sarpullidos-¡Mamá! ¡Le ha echado pimienta! ¡Lo ha hecho a posta!
Rosa suspira. Si en vez de ser su madre, la abuela fuera su suegra, no estaba muy segura de poder aguantarla.
-Bueno, Marcos. Ya se te pasará; no es nada grave. A ver, tú coge el coche y búscala por el barrio. Vosotras buscadla también, andando. Yo me quedo aquí por si vuelve o llaman.
Laura y Sara hacen la ronda hasta llegar al parque, donde se encuentran con algunos amigos de Sara.
-¡Hombre! Si son Silvestre y Hermosilla... -Juanan no pierde oportunidad para meterse con Laura. Sara intenta disimular su sonrisa para no hacer enfadar más a su hermana.
-Aunque reconozco que, desde que te cortaste aquella rasta piojosa, estás mucho mejor...
-No le hagas caso -interrumpe Waldo-. Te ves muy linda.
Waldo lleva detrás de Laura desde que se conocieron. Aunque él no tiene ninguna posibilidad, es el único de los amigos de su hermana a los que Laura soporta, e incluso le cae bien; le inspira ternura.
-¿Habéis visto a mi abuela? -pregunta finalmente Laura, pasando de Juanan.
-Sí -responde Waldo-. La vi esta mañana en la parada del autobús.
-¿En la parada del autobús? -preguntan Laura y Sara al mismo tiempo -¡Si no lo ha cogido sola en la vida!
Vuelven corriendo a casa.
-¿En la parada del autobús? -su madre tiene la misma reacción-¡Si no lo ha cogido sola en la vida!
Rosa duda un momento. Consulta la guía. Coge el teléfono y llama a TMB para asegurarse de que no han encontrado a ninguna abuela de las características de la nuestra. No hay suerte. Suena el teléfono. Rosa se apresura a cogerlo.
-¿Sí?... ¿Al centro?... ¿Camisetas?... ¿No está?... Vale, te esperamos.
Cuelga.
-Era Juanito. La abuela había quedado con él esta mañana en la parada del autobús para que la recogiera con el taxi. Dice que le ha dicho que la llevara, literalmente, a una tienda de camisetas modernas con letras. Él la ha llevado a una del centro y la ha dejado allí. Habían quedado allí mismo hace una hora, pero la abuela aún no ha aparecido.
-¿Camisetas? -pregunta Sara.
En ese momento entra Marcos por la puerta.
-Yo nada, ¿y vosotras?
-La abuela se ha ido a comprar camisetas -Marcos abre los ojos como platos.
-¡Y yo echándole la culpa por tocarme el ordenador! -todas lo miran, sin entender nada-. La abuela sabía que yo te iba a pedir una camiseta para mi cumpleaños... ¡ahora, por mi culpa se ha perdido!
Marcos pasa la tarde torturado a partes iguales por el sentimiento de culpa y por el picor de los sarpullidos, que le durará un buen rato todavía. A las ocho y media reciben una llamada. Rosa descuelga al segundo tono.
-¿Sí?
-¿Es usted Rosa Hermosilla?
-Sí, ¿quién es usted?
-Le parecerá bonito abandonar así a una persona mayor -Rosa no da crédito.
-¿Qué?
-Que lleva su madre aquí toda la tarde, sin nada más que una botella de agua, que le he dado un bocadillo y todo, de la pena que me ha dado. Cuando he ido a cerrar me ha dicho que ella no podía irse, que su familia tenía que haber venido a buscarla a las cuatro y aún no habían venido a recogerla y ella sola no sabía volver a casa. Ha insistido en quedarse hasta que acabara de recoger porque otras veces ya lo habían hecho y, al final, habían aparecido.
-¿Cómo? -Rosa coge aire-Sepa usted que mi madre se ha ido sin avisar esta mañana y que llevamos todo el día buscándola como locos por todas partes. ¡Haga el favor de meterla en un taxi y enviarla a la dirección de su DNI! Muchas gracias.
Bajan todos a esperar el taxi al portal. Cuando llega, Rosa le echa una bronca considerable. La abuela, por toda respuesta sonríe de medio lado al mirar a Marcos, mientras se desabotona la chaqueta. Al acabar la abre de par en par y deja ver a todos lo que lleva debajo; una camiseta negra con la silueta de Fernando Fernán Gómez, el ídolo de la abuela, de su boca sale un claro "¡A la mierda!".
Con su sonrisa a cuestas, la abuela se da la vuelta y se mete en el portal.